Cristales opacos
que no dejan pasar la sombra del sauce de alabastro,
yo, pobre de mí, araño su corteza para escribir tu nombre
y un gotéo de sangre arruga mis manos,
trago el acíbar para no gritar mi desespero,
tú, ríes, ríes en el bosque enigmático
de los sueños inconfesables,
te difuminas, te evaporas
y a mis pies solo queda una losa
humedecida con sal y sangre.
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