Me aterra morir
bajo las frías sábanas
de una noche cualquiera,
sola, con los puños
cerrados
y la angustia en el alma,
sin ver tus ojos mientras
agonizo.
Nunca sabrás que lo último
que pronuncien mis labios
será tu nombre.
Y allí donde te encuentres
notarás mi aliento en tus carnes
y se truncarán tus
alegrías,
pero será un instante, tan
fugaz
como mi último suspiro.
Alguien te dirá… ¡Murió a
tal hora!
Quizá, sólo quizá,
entonces, recuerdes
quién fui verdaderamente,
y un lamento te rasgue las
entrañas.
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